Desde mayo de 1948 estamos viviendo lo que bíblicamente se conoce como los "Últimos Tiempos", que no es el fin del mundo, sino el fin de los tiempos actuales, llamados por San Pablo "tiempos de las naciones" o "de los gentiles", que iniciaron al concluir los antiguos tiempos mosaicos, una vez que los judíos rechazaron al Mesías. Por haber dado muerte a Jesucristo, Dios se volvió a los gentiles para invitarlos a entrar a su Iglesia, guardando silencio respecto al pueblo elegido.
Los Últimos Tiempos
Desde mayo de 1948 estamos viviendo lo que bíblicamente se conoce como los "Últimos Tiempos", que no es el fin del mundo, sino el fin de los tiempos actuales, llamados por San Pablo "tiempos de las naciones" o "de los gentiles", que iniciaron al concluir los antiguos tiempos mosaicos, una vez que los judíos rechazaron al Mesías. Por haber dado muerte a Jesucristo, Dios se volvió a los gentiles para invitarlos a entrar a su Iglesia, guardando silencio respecto al pueblo elegido.
Los actuales tiempos terminarán: se cerrará el tiempo de la Iglesia una vez que el último gentil llamado haya entrado, y Dios se volverá a concentrar nuevamente en Israel. Así lo expresa San Pablo: "el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles..." (Rom 11, 26).
El día en que los judíos volvieron a la Tierra prometida, el 15 de mayo de 1948, se cumplieron cerca de sesenta profecías, y ese hecho da inicio a un tiempo especial que prepara a la humanidad para el Retorno del Mesías.
Lo que resta es sólo la parte final de los Últimos Tiempos que ya vivimos, en la que se sitúan los siete años de la "Gran Tribulación" descrita por el profeta Daniel y por San Juan periodo que empieza con la Guerra de Gog y Magog, en que Rusia y países árabes atacarán a Israel (Ez 38, 3-8).
El Milenarismo
La cuestión, para resumirla rápidamente, consiste en la discrepancia de dos visiones respecto a la Esjatología general. La primera, conocida como "milenarista" o "milenista" sostiene que Jesucristo volverá físicamente por segunda vez en su Parusía, al final de la Gran Tribulación, para juzgar a las naciones e instaurar su Reino en el mundo. Según San Juan, ese Reino durará "mil años" (Ap 20, 2-3), de donde recibe el nombre de "milenarismo", pudiendo ser mil años físicos o, metafóricamente hablando, un "periodo largo": "mil años en tu presencia son un ayer que pasó". Al final de ese Reino de Cristo en el mundo, descrito de forma admirable por Isaías, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.
La segunda escuela esjatológica sostiene que no habrá una venida intermedia de Jesucristo ni Reino medianero, sino que la Parusía se dará hasta el fin del mundo, en coincidencia con el Juicio Universal.
La primera opinión teológica la sostuvieron todos los primeros padres de la Iglesia, incluso el San Agustín joven. La otra opinión teológica la sostienen la mayoría de los teólogos a partir del San Agustín adulto. Ese cambio en el obispo de Hipona se debe a que un hereje contemporáneo suyo, Cerinto, planteó el Reino de Cristo sobre la Tierra como de bienestar material, de fiestas, comilonas y riquezas. San Agustín le hizo frente en su libro "La Ciudad de Dios". El problema es que Agustín espiritualizó tan exageradamente el Reino, que lo acabó confundiendo con el Cielo, y el Retorno de Cristo con el Juicio Universal. A la doctrina de Cerinto se le conoce como milenarismo "craso" o "carnal", por el materialismo que entraña.
Desde el punto de vista del Magisterio de la Iglesia Católica nos encontramos ante el típico caso en que hay libertad teológica. Es decir, no es de fe obligatoria profesar el momento en que ocurrirá la Parusía, y es de libre opinión sostener tanto que ella ocurrirá al "Fin de los Tiempos" es decir, en los tiempos actuales, al concluir la Gran Tribulación (interpretación literal simbólica o milenarista), como también se puede sostener que la Parusía ocurrirá al "Fin del Mundo", en coincidencia con el Juicio Universal (interpretación alegórica).
Solamente existe una definición del Magisterio respecto al tema del Milenarismo, y es el Decreto del 21 de Julio de 1944 del Papa Pío XII (recogida en el Denzinger con el Nº 2296, y ampliada posteriormente en el No. 3839). Lo que ese Decreto establece es que si uno sostiene la tesis del Reino como realización histórica, fruto de la venida intermedia de Cristo, no de puede sostener la idea de que Cristo vaya a reinar "visiblemente" ("visibiliter") en este mundo después de la Parusía. Esta proposición de que Jesucristo se vaya a quedar reinando aquí después de su Parusía se le conoce como milenarismo "mitigado", y está sancionado por el Magisterio, si bien con la calificación teológica más baja, la de "enseñanza peligrosa", que ni siquiera llega a condena. Lo más aconsejable, es no sostener ese milenarismo mitigado.
En la misma línea, reviste gran importancia la Instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del 17 de Mayo de 1979 «Carta sobre algunas cuestiones referentes a la Escatología», aprobada por Juan Pablo II (se puede consultar en L'Osservatore Romano Nº 29 (551) del 22 de Julio de 1979, Pág. 12).
En lo referente a la Parusía enseña lo siguiente: «La Iglesia, en conformidad con la Sagrada Escritura, espera "la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (Dei Verbum 1, 4), considerada, por lo demás, como distinta y aplazada con respecto a la condición de los hombres inmediatamente después de la muerte».
Quiere decir que en cuanto al contenido de fe, la Parusía figura sin vinculación alguna con el Fin del Mundo, pero vinculada, en cambio, con vínculo tipológico, con la muerte personal de cada uno. Es decir, el Magisterio prescribe que ese hecho esjatológico sea considerado como relacionado con la muerte personal y diferido en el tiempo. Pero nada más.
La Instrucción se desentiende de si la Parusía ocurrirá en coincidencia con el Juicio Final o en una venida intermedia. Porque el aplazamiento con relación a la muerte individual existe tanto respecto a la Parusía junto al Juicio de las Naciones, como a la Parusía junto al Juicio Final. Es distinto.
Ese documento es de gran importancia por su contenido dogmático, pero tiene otras consecuencias exegéticas importantes, al confirmar implícitamente que el problema que el tema es de libre opinión, confirmando el no-pronunciamiento de la Iglesia, es decir su neutralidad, ya evidente desde el Decreto de 1944.
Finalmente, con su máxima autoridad, el Catecismo de la Iglesia Católica en su No. 676 ratifica el Decreto de 1944, porque al mencionar el rechazo del milenarismo en su forma «mitigada» se remite al «DS 3839».
Nótese que es la primera versión del Catecismo de la Iglesia que se ocupa del milenarismo, no mencionado en las anteriores versiones del Catecismo.
El No. 676 trae una nueva ratificación, lo esencial para este tema. En efecto, al remitirse al DS 3839 y por tanto al decreto de 1944, ratifica el milenarismo «mitigado» como el único espiritual excluido, siendo por tanto de libre opinión el milenarismo espiritual en general. Sin embargo, el Santo Padre, contemplando a los débiles en la fe como lo hacía San Pablo -es decir a los más obstinados antimilenaristas- aprovecha esa debilidad para combatir el error más nefasto que se ha infiltrado en la Iglesia, el milenarismo desacralizado e «intrínsecamente perverso» del marxismo y del comunismo, pero sin rechazar otro milenarismo espiritual que no sea el designado y definido como «mitigado». El "intrínsecamente perverso", es el milenarismo político, que claramente debemos rechazar.
Al remitirse al 3839 del DS, el 676 del Catecismo de la Iglesia Católica, después de hacer referencia a «la impostura del Anticristo» dice que «incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo, sobre todo bajo la forma de un mesianismo secularizado «intrínsecamente perverso» (ver también la Encíclica Divini Redemptoris de Pío XII, que condena el "falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes" GS, 20-21).
Desde luego, esta redacción evidencia lo dicho anteriormente de que el Catecismo aprovecha la oportunidad para combatir el milenarismo desacralizado e «intrínsecamente perverso» del marxismo y del comunismo. Pero el hecho es que, de acuerdo al DS y al Decreto de 1944, el milenarismo «mitigado» no constituye «error» sino simplemente «peligro de error». Ojo: en el mismo momento que cita el 3839 del DS, el No. 676 del CIC se refiere al milenarismo mitigado como «falsificación del Reino futuro», es decir, como un error grave.
La contradicción es solo aparente. En efecto, sostener que Cristo reinará «visiblemente» en su Reino milenario en la Tierra es algo no seguro, es algo dudoso y que entraña «peligro de error», por lo que rechazarlo es lo más aconsejable. Pero estrictamente hablando, ese peligro de error podrá concretarse o no concretarse.
Por ejemplo, no es seguro, es dudoso, pero no parecería claramente erróneo sostener, como hacen varios exegetas, que en su Reino milenario en la Tierra, Cristo reinará haciéndose «visible» intermitentemente a algunos mortales, apareciéndose y desapareciendo como ocurrió entre la Resurrección y la Ascensión, o como la hace actualmente a ciertos místicos y videntes.
El sostener, en cambio, que en el Reino milenario Cristo estará permanentemente «visible» reinando, incluso sobre los resucitados de la primera resurrección y sobre los raptados, en una era que «flota entre el tiempo y la eternidad», constituye sin lugar a dudas un error o mejor dicho, un conjunto de errores contra la fe.
Es necesario señalar, no obstante, que el Decreto de 1944 (y también su antecedente de 1941) dice «ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella». Es decir, descarta pronunciarse sobre la primera resurrección y el Rapto, los considera algo indiferente al tema en cuestión, los deja como algo de libre opinión.
Gravita en todos estos problemas la promesa de Nuestro Señor de que los raptados y los resucitados en la primera resurrección, y en particular los apóstoles, se sentarán en tronos y juzgarán, y reinarán con Cristo «mil años» sobre las «doce tribus de Israel», es decir, sobre la Israel convertida, la Iglesia transformada y sobre toda la humanidad (como nos lo revela Ap 20, 4 y 6; Mt 19, 28; Lc 22, 30). Los apóstoles gozan hoy de la visión beatífica, pero no reinan aún, para ello tienen que resucitar. ¿Por qué? Porque en la visión beatífica están sólo las almas de los apóstoles y santos, mientras que reinar (impartir justicia, regir las naciones con justicia, etc., en palabras de Isaías y de otros profetas) es propio de hombres, con cuerpo y alma. Las almas interceden, pero no gobiernan; podrán hacerlo cuando, por la primera resurrección y el Rapto de los santos, el alma se una a su cuerpo.
El tema del Reino milenario de Cristo puede suscitar cuestiones difíciles de entender, sobre todo si uno no se dedica a estudiarlo, pero afortunadamente en las décadas pasadas, sin conocerse entre sí, un grupo de exégetas católicos, entre los que destaca el religioso Antonio van Rixtel (seguramente inspirado en el jesuita Manuel Lacunza), y otros, lograron explicar lo que había permanecido obscuro en la teología, a saber: cómo, sin convivir ni alternar con los mortales, reinarán en la tierra Cristo y los resucitados de la primera resurrección y los raptados; y cómo el pleno "Reino de Cristo" será un Reino intra-histórico (distinto al Cielo), un nuevo eón donde la humanidad purificada seguirá en prueba, pero muy favorecida tanto sobrenatural como naturalmente por la gracia y la transformación paulina, esa «Civilización del Amor y de la Paz» predicada por Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, donde habrá «un solo rebaño y un solo pastor». Un texto muy recomendable, que trae toda la evolución teológica y las diversas posturas de los Papas es: Antonio van Rixtel «El Testimonio de nuestra Esperanza» en «Tercer Milenio - El misterio del Apocalipsis», Ed. «Gladius», Buenos Aires, 1995. Y, desde luego, el gran texto que produjo toda revolución en la teología moderna: "La Venida del Mesías en Gloria y Majestad", del teólogo jesuita Manuel Lacunza.
Por último, es preciso señalar que el «visiblemente» puede traducirse en errores aún más graves, en un milenarismo «mitigado» que implica claramente la peor «falsificación del Reino futuro», entre la que modernamente puede citarse el milenarismo «mitigado» de las sectas actuales provenientes de la Reforma. A este tipo de errores es al que se refiere concretamente el Catecismo de la Iglesia Católica No. 676, si bien prefiere centrarse en el más peligroso de todos los errores, en el «mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso"» del marxismo y del comunismo.
Siguiendo a Van Rixtel, a Cámpora, a Alfredo Sáenz y a otros expertos, se debe destacar que el No. 677 del CIC rechaza el llamado «no-intervencionismo» (forma extrema de la interpretación alegórica) porque sostiene que «el Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal».
Este numeral se interpreta como rechazo del milenarismo porque habla del «último desencadenamiento del mal» y porque dice que «el triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio Final (ver Ap 20, 12), después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa" (2 Pe 3, 12-13). Sin embargo, ese mismo numeral admite también la interpretación milenarista espiritual, pues comienza diciendo que «La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y resurrección (ver Ap 19, 1-9)». La "última Pascua" es la Pascua de la Iglesia que siguiendo a su Señor, sufrirá la muerte mística bajo el Anticristo y el Falso Profeta durante la Gran Tribulación, la «cesación del sacrificio perpetuo» y la «abominación de la desolación en el lugar santo». Y experimentará luego la resurrección, también mística, a través de la resurrección de los mártires y del Rapto de los santos descrito por San Pablo y por San Mateo (I Cor 15, 51; I Tes 4,16-17; Mt 24, 37-40).
«La gloria del Reino» es tanto la del Reino Celestial como la del Reino milenario de Cristo en la Tierra. Es la gloria del Reino donde en la Iglesia Triunfante, los Apóstoles resucitados en la primera resurrección, sentados en la Jerusalén Celestial en doce tronos, juzgarán «a las doce tribus de Israel» y a toda la humanidad (ver Ap 20, 4; Mt 19, 28).
La gloria del Reino Celestial es también la gloria del Reino milenario de Cristo, donde la Iglesia Militante (consultar San Buenaventura, «el séptimo tiempo, cuando la militante sea conforme a la triunfante en cuanto es posible en este mundo») será renovada y glorificada por el Nuevo Pentecostés, abarcando toda la humanidad que vivirá la «civilización del amor y de la paz» en «un solo rebaño y un solo pastor». Será cuando «una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal» haga «descender desde el cielo a su Esposa», la Iglesia Triunfante. A ella se unen «sobre las nubes del cielo» los arrebatados y los resucitados en la primera resurrección, y descienden con Cristo glorioso en su Parusía (Hch 1,10-11). Pero esto no significa que Cristo reinará «visiblemente» en su Reino, cosa que no es correcto enseñar.
Por «el último desencadenamiento del mal» puede entenderse no sólo el de Gog y Magog (Ex 38, 3-8), sino más propiamente el del «trío satánico» (Satanás, la «bestia del mar» o "anticristo", y la «bestia de la tierra» o "falso profeta") porque será en esa ocasión que la Iglesia sufrirá su muerte mística.
Por ello admite una sola interpretación «El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de juicio final (Ap 20, 12), después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3, 12-13)», dado que se trata de una mención indudable de todo ese acontecimiento esjatológico. Sí cabe observar que la rebelión se refiere a todo el mal desde el principio, desde la rebelión angélica y el pecado original, solo que éstos se precipitan de forma extrema.
A veces se objeta que el Catecismo de la Iglesia no puede contradecirse, y que entender el No. 676 en el sentido de que consagra la neutralidad del Decreto de 1944 significa ponerlo en contradicción con los otros numerales esjatológicos del mismo Catecismo. Sin embargo, de ninguna manera es así, porque se debe tener en cuenta que esos numerales se refieren a diversos temas esjatológicos distintos de la Parusía, Retorno intrahistórico y físico de Jesucristo, y del Reino de Cristo. Se refieren al «Juicio Final»; al Reino Celestial; al «Fin del Mundo» en el sentido propio y verdadero de fin de la humanidad en la Tierra; a la Resurrección Universal, etc. Pero hay otros pasajes, que sí se refieren a la Parusía y al Reino de Cristo, y estos se pueden interpretar tanto en el sentido de la interpretación alegórica como en el sentido de la interpretación literal-simbólica o la milenarista.
Por consiguiente, está confirmado que el Catecismo no se pronuncia a favor de ninguna de las dos corrientes interpretativas, ni de la alegórica y ni de la literal-simbólica o milenarista. Sin embargo, sí rechaza la posición extrema de cada una de ellas, el "mitigado" (por lo de «visiblemente») en el No. 676, y el "no-intervencionista" en el No. 677.
En resumen, el Magisterio de la Iglesia considera de libre opinión el problema del Reino de Cristo y lo encuadra y delimita descartando dos extremos: del lado del milenarismo espiritual, el «visiblemente»; del lado contrario, es decir, del alegorismo, el No. 677 del Catecismo de la Iglesia descarta que ese Reino pueda realizarse «mediante un triunfo histórico de la Iglesia (Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente», es decir, sin una intervención divina extraordinaria, después del aparente triunfo del mal durante la Gran Tribulación.
No obstante dicha libertad, el modelo milenista espiritual es más armónico con las Escrituras y fue sostenido por casi todos los padres de la Iglesia, mientras que el modelo anti-milenista conlleva contradicciones internas y deja muchas cosas sin explicar.
Y la Parusía como Retorno físico e intermedio de Cristo, que según San Juan sucederá en el Valle de Armaguedón al final de la Gran Tribulación, nos parece más acorde con las Escrituras, mientras que una venida intermedia "espiritual" o metafórica no tiene ningún sustento, y crea muchas confusiones: "Después de la tribulación de aquellos días, verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria" (Mt 24, 29; Mc 13, 26; Lc 21, 27).
Así lo dieron a entender los ángeles a quienes fueron testigos de la Ascensión: "Ese mismo Jesús que habéis visto subir a los cielos, así vendrá, como le habéis visto ascender" (Hch 1, 11).
El Rapto de los Santos
El Arrebato, ó Rapto de los Santos, es la traslación física a los Cielos, en un proceso de transformación, antes de que inicien los siete años de la Gran Tribulación, de aquellos que hayan alcanzado su plena transformación en Cristo.
El Antiguo Testamento nos habla de dos personajes que fueron arrebatados en vida: Elías y Enoc. Ambos fueron llevados al Cielo sin pasar por la muerte (Gn 5, 24; Heb 11, 55; y 2 Rey 2, 11) y ambos volverán para enfrentar públicamente al Anticristo durante la primera mitad de la Gran Tribulación.
El Rapto de los Santos sucederá inmediatamente después de que resuciten los santos fallecidos en el Nuevo Testamento (los santos del Antiguo Testamento resucitaron ya, el Viernes Santo en el momento en que Cristo murió, como se nos dice en Mt 27, 52: "Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron".
Así expresa San Pablo el magno acontecimiento del Arrebato que le fue revelado: "los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes..." (1 Tes 4, 16). El Rapto cierra los Últimos Tiempos, los de la Iglesia y de las naciones descritos en Rm 11, 26, y Dios se aplica en concluir su plan de salvación sobre los judíos.
El Arrebato de los Santos es resultado de una intervención divina selectiva: "Entonces estarán dos en el campo, el uno será tomado, y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en un molino, una será tomada, y la otra será dejada": Mt 24, 40. El Rapto tiene el doble propósito de premiar la virtud de los fieles, y de evitarles la purificación de la Gran Tribulación, misma que ya no necesitan.
La distinción entre la primera resurrección, exclusiva de los santos del Nuevo Testamento, y la segunda resurrección, que será universal y al fin del mundo, es delineada claramente por San Juan en Ap 20, 1-6.
Cuando Dios remueva a su Iglesia fiel y se concentre en Israel, seguirán habiendo posibilidades de conversión cristiana, pero a través de muchas tribulaciones y persecución. La salvación no vendrá de las autoridades religiosas, un resto fiel estará en catacumbas y habrá que acudir directamente a Cristo en las Escrituras, la misma Eucaristía quedará proscrita por el anticristo a los tres años y medio del falso acuerdo de paz (Dan 12, 11). Dios enviará especiales mensajes a través de los dos testigos, Enoc y Elías, que se opondrán abiertamente al Anticristo en la primera parte de la Gran Tribulación (Ap 11, 3-14), y de sus 144,000 siervos judíos convertidos a Cristo, que lo harán en la segunda mitad de la misma. Entonces, todos lo seres humanos estarán sometidos por una economía global centralizada y por un gobierno mundial forzado.
El sello de los 144,000 se refiere literalmente, no metafórica ó espiritualmente, a un grupo de judíos que estarán vivos y convertidos a la fe cristiana cuando los dos testigos sean muertos por el anticristo a mitad de la Gran Tribulación y ambos resuciten y sean raptados al cielo tres días y medio después de su muerte, ante el asombro de la humanidad entera. Los 144,000 elegidos serán, según lo revela San Juan, 12,000 de cada tribu de Israel (Ap 7, 2-8). Estos "sellados" no podrán ser asesinados por el anticristo, mientras que todos los demás que den testimonio de Dios, judíos ó gentiles, serán martirizados y decapitados (Ap 7, 13-14; 20, 4).